Últimamente le he estado dando demasiadas vueltas al asunto de hacer “justicia” por mi propia mano por la impotencia que siento al no ver que personas que han dañado a otros y a mí enfrenten ninguna consecuencia por sus acciones. He escuchado una y otra vez “no te preocupes, todo se regresa o se paga en esta vida”, pero seguir creyendo en ello después de tantas malas experiencias con otras personas me ha resultado muy difícil.
Finalmente estoy logrando tranquilizarme y efectivamente llegué a la conclusión (no sola) de que es absurdo seguir retorciéndome por dentro por cosas que no están bajo mi control. Lo que SÍ puedo controlar es lo que hago para crecer, mejorar y poder cambiar lo que me hace sentir incómoda conmigo misma. Aplicarlo me resulta extremadamente difícil, a veces doloroso, pero supongo que la cosa simplemente está en no rendirse a pesar de ese peso.
Uno de mis amigos, al expresarle que me sentía como una persona sumamente débil por no saber lidiar emocionalmente con muchas cosas, me recordó que la verdadera fortaleza está en no dejar que esas cosas que nos lastiman nos cambien internamente para mal y terminemos siendo tan horribles personas como aquellos que nos hicieron daño. Seguir siendo uno mismo y seguir buscando ser una mejor persona, requiere de mucha fortaleza.
Otra de mis amigas, al comentarle que ni siquiera es que le desee a esas personas un mal extraordinario, solamente quiero que reciban lo que se merecen, me respondió con una pregunta “¿me podrías decir tú qué es lo que merecen? ¿crees que si recibieran el mismo dolor que estás sintiendo sería equivalente a lo que merecen?” y esas preguntas lograron que volviera a poner mis pies en la tierra y volví a ser consciente de que ciertamente yo no soy nadie para decir qué o cuánto merece una persona para pagar su cuota por dañar a otros. Volvemos a lo mismo de esa necesidad de controlar cosas que no están en mis manos. Ahora sé que debo trabajar y aprender a cambiar eso.
martes, 14 de mayo de 2019
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